No pasa un solo día sin que me pregunte porque odio tanto estar aquí: sentada en el mismo sillón, mirando las mismas fotos, escuchando la misma música y sin dejar de pensar en las mismas estupideces que ametrallan mi cabeza.
Soy idiota, lo sé. Pero no has tenido alguna vez la sensación de que por mucho que quieras es imposible cambiar la forma de pensar sobre algo o sobre alguien. Y mira que lo intento. Incluso hay momentos que afirmo haberlo superado. Pero no, abres los ojos y te encuentras de nuevo apoyada en el respaldo del mismo sofa, viendo las mismas fotografías, oyendo las canciones de siempre y estudiando las puñeteras estupideces que jamás, por mucho empeño que pongas, saldrán de tu cabeza.
He decidido que a partir de ahora no voy a molestarme tanto por pretender que cambie mi opinión, es más, ni siquiera voy a querer quitarme esas ideas de la cabeza. Creo que es una de las maneras que conseguirán que pierda, poco a poco, ese odio incontrolado. Acabo de comprender que soy la única persona que posee el control de mis pensamientos.