martes, 3 de agosto de 2010

Te lo prometo

Y prometí no volver a tu lado. Después de ver con mis propios ojos aquello... Prometí no volver jamás a esa casa. Prometí no querer tener que ver nada contigo. Prometí no quererte, odiarte. Prometí irme para siempre.

¿Sabes algo? He aprendido a sonreir. Tú nunca te fijaste en eso. Solo te preocupaba que estuviera, o no, a tu lado. Empezamos juntas pero se te fue de las manos. Me prometiste que lo harías una sola vez. Una y no más. No cumpliste tu palabra. Si mamá te viera... Tú sabías cuántas ganas tenía ella de alejarnos de este mundo. Contra eso luchó toda su vida. Se dejaba sus manos, sus rodillas, su cuerpo entero limpiando portal trás portal, calle tras calle, retrete tras retrete. Todo para conseguir una mísera cantidad de dinero que te alimentaba. Si te hubiese visto aceptar aquella fortuna... ¿Por qué lo hiciste? Si algo nos pidió antes de morir fue que nunca nos acercasemos a aquel hombre. Yo no era más que una cria, huérfana, de catorce años que lo único que tenía era miedo. Destrozaste mi vida. El día que rompiste nuestra promesa deje de ser tu hermana. Era la promesa de las tres. Todavía me pregunto como aguante seis años junto a ti. No podía mirarte a la cara ni dirigirte la palabra. Sabes que me hubiera ido de esa casa si no hubiera sido porque... ¡Qué tonta fui! Tantas veces pensé en desaparecer, irme lejos y abondonarte. Pero me daba pena, me dabas pena. No sabes como me duele decirlo. Tú me has hecho sufrir como nadie. Cada noche me tiraba por el suelo, arañaba las paredes, me golpeaba contra ellas y me tapaba con las sábanas para que no me oyeses gritar, así hasta quedarme medio inconsciente. Y tú mientras dónde estabas. Temía por tu vida cuando tú ni te inmutabas por ello.
Perdí mi inocencia tan rápido. Ahora puedo llegar a sentir que estoy viviendo momentos felices. No hubiera imaginado que podría decir algo así. Antes no creía en la felicidad, ni siquiera quería oir hablar de esa palabra. Ahora comienzo a plantearme su existencia. ¿Te das cuenta de lo que significa? Cómo vas a darte cuenta. No te quedan neuronas para acordarte de aquello. Y lo que es peor, ya no queda nada de ti. De aquella cara preciosa que yo siempre quise tener. ¿Por qué has llegado a esto? Y aún yo pierdo el tiempo escribiendo algo que por mucho empeño que ponga ni siquiera se si podrás entender. Fuiste tan egoísta. Nunca conociste mi maldito problema. Coqueteaba con la muerte y tú no estuviste para evitarlo.
Estuve tan sola cuando mamá se fue. Por tu culpa quise tenerlo todo y acabé sin nada. Llegué a envidiarte. Siempre lo hice.Todos los hombres querían estar contigo. Todas las niñas envidiaban tu cuerpo. Y a ti te gustaba sentir que eras la más guapa de aquel lugar. Y yo solo miraba cada noche al cielo y al contar doce estrellas pedía ser como tú. Ahora me alegro de que no se cumpliesen aquellos deseos. Como me arrepiento de no haber hablado con aquel hombre cuando tuve que hacerlo. Me llamaste niñata inmadura cada vez que no te obedecía, o cada vez de las tantas que ignoré tus palabras. Te atrevías a afirmar que lo era cuando tú ni siquiera me llegabas a la suela de los zapatos. No sé como lo hice, cual fue la razón que me ayudó a mirar hacia adelante. Algo tuvo que hacerme ver que tenía que salir de allí. Esa gran mansión y su enorme piscina. Las terrazas más amplias y las mejores vistas al mar. Habitaciones enormes, baños para todos y el "mejor servicio". ¡Qué lujo! Solo querias que llevase a mis amigas a ver tu casa de ensueño. Yo jamás lo hice. ¿Sabes por qué? Porque no tenía amigas. Mis amigas te querían a ti. A ti y a la mierda de cocaína que pasaba uno de tus tantos novios. Me utilizaban para ponerse hasta arriba. Lo que más me duele es que esa mierda se la dabas tú. Te mostrabas amable y cariñosa con ellas, como nunca fuiste conmigo. Ellas sabían como agradecertelo. Se follaban a tu novio, se follaban a tus novios. En tu propia casa. Tú lo sabías, ¿verdad? Tú sabias todo pero te daba igual. No te querías y por eso no querías que yo me quisiese. Me tratabas con odio por no querer entrar en tu mundo. Qué equivocada estaba cuando pensé que podría ayudarte a salir de aquello. Esa fue la única razón que me mantuvo a tu lado. Pensé que podría sacarte de él. Me pasaba horas y horas en mi habitación pensando la manera de conseguir buscar una solución. Te convencí y fuiste a aquel centro después de que te ingresasen. El primer día que sonreí fue ese. Lástima que solo durase unas horas aquel destello de felicidad. Y todavía, después de irme, seguí llorando cada noche cuando pienso las barbaridades que estarás haciendo. Nunca quise ver nada, nunca hasta el día que decidí marcharme de allí. Y aún así las paredes me contaban todos los secretos. No veía como te pinchabas pero las jeringuillas comían en la misma mesa que yo. No veía las pintas de los tios a los que te tirabas, hablaban por si solos sus gemidos. No te veía pasar la droga pero no dejaba de escuchar el timbre. Y así con tantas y tantas cosas que he tenido que tragarme durante años. Pero te quiero, te quiero y no puedo odiarte. Y lo intento. Me gustaría agarrar tu larga melena y ponerte un cuchillo en el cuello para que vieras lo que (no) soy capaz de hacer. Porque aún sigo queriendo demostrarte que valgo. Aún cuando se de sobra la clase de persona en la que te has convertido. Aún cuando he vuelto a estudiar y me rodeo de personas responsables y sensatas. Y sin ese sucio dinero de mierda. Trabajando duro como hacía mamá, así he conseguido llegar hasta aqui. Y hasta hoy, después de no olvidarme ni un solo día de la noche que abandoné aquella: tu "casa de ensueño". Tuve la esperanza de que algún día ibas a venir conmigo para siempre.
Y no me equivoqué, aquí estás. A mi lado en el sofá. Con la mirada perdida y un cuerpo que no es el tuyo. ¿Cómo me encontraste? No era fácil, hice por separarme de aquella zona. Y lo haces ahora, ¿por qué ahora cuando ya no hay solución? Lo haces cuando no voy a poder cambiar nada, cuando ya no puedo dar marcha atrás... Pero te quiero, joder. Y me dan igual todas las cosas que hayan pasado, todo lo que acabo de decirte, todo lo que un día me hizo ser infeliz. Me da igual porque tú eres la única persona que me queda en este mundo, cariño.

Prometo que voy a cuidarte, voy a pasar contigo los últimos meses y vas a sentir que eres feliz. Te prometo que no voy a separarme de ti y vas a tener todo lo mejor. Te prometo que vas a conseguir todo lo que no conseguiste en treinta años. Te prometo que estaré a tu lado hasta que el sida pueda contigo. Y te prometo que vamos a intentar ser más fuertes que él. Te lo prometo, hermana.

lunes, 2 de agosto de 2010

Botellones y botellas

Hablemos de él, hablemos de ti y de los diálogos de la botella de Clara.

Él apareció a pocos metros. Uno de tantos botellones. Tantas, pero solo una botella. Esa que estaba en las manos de Clara y terminó echa pedazos junto al tronco más cercano al río.
Tú ya estabas allí. Bailabas moviendo tus caderas al compás de la música. Uno de los clasicazos que guardan tus amigos en sus móviles táctiles (Por suerte sigo orgullosa de mi pequeña pantalla y mis ganas de esforzarme por apretar las teclas). El clásico sonaba cuando decidiste dejar de mirar tu cintura y centrarte en la mano que te arrebató la botella que Clara, minutos antes, te había ofrecido. La mano y una sonrisa con explicación. Alcohol, humo y una cara bonita. El alcohol provocó que su timidez acabase en dos besos. El humo contribuyó a que horas después no te acordases de su nombre. Su bonita cara encantó a unos ojos que a pesar de hacerse pequeñitos cada vez veían más. No hizo falta mantener una conversación, en el ritmo de la música estaba la mejor de todas ellas.
La botella pasó por muchas manos: tu derecha, su izquierda, las del resto de amigos. Tus ojos se esforzaban por no rozar sus labios tan rápido, y sus labios lo hacían por probar cuanto antes tu juguetona lengua.
Hubo mordiscos, sonrisas, risas. Mordiscos que provocaban la misma cercanía que poco después iba a ser la responsable de seguir con el juego. Sonrisas que ofrecian confianza y risas que hacian dudar. No vi partida más larga que aquella. Era cuestión de minutos devolver una botella y el equilibrio se perdió una hora después. La música había desaparecido, los amigos habían desalojado el lugar, las otras botellas no contenían ya líquido y el humo ya no era un "obstáculo". ¿Y en todo ese tiempo qué? Una mano, dos manos, tres... y cuatro. Un beso, dos mordiscos, tres manotazos. Un beso apasionado, dos corteses y tres al aire. Dos mordiscos juguetones, uno gracioso aunque algo doloroso y tres suaves, muy suaves. Tres manotazos, dos que podían confundirse con irónicas caricias y uno que servía para hacerse de rogar. Y entre el beso, los mordiscos y los manotazos alguna que otra palabra suelta, una petición de su nombre y una botella mareada. Tú le advertiste de las consecuencias de aquellos mareos. Él confiaba en su habilidad. Pero cuando tientas demasiado a la suerte ésta deja de estar de tu lado. Su competitividad pedía jugar otra partida y tú inseguridad decidió acabar en tablas. Así, sus primeras sonrisas por tus inquietos mordiscos ya no eran más que descontroladas carcajadas que embobaban a su cara bonita; el nivel de alcohol en tu cuerpo consiguió que olvidases la timidez de horas antes; la pasión de vuestros besos perdió alocadamente el control, y todo ello junto con el humo y sus consecuencias provocaron que uno de tus leves manotazos le hicieran perder el equilibrio.
 
Y así fue como acabó la botella: hecha pedazos junto al río pero aún sin recoger (...)