miércoles, 4 de mayo de 2011

Milésimas de segundo

Tan solo unas milésimas de segundo me invitaron a creer que hay algo más allá; algo que un día me devolverá el sentimiento que creamos, algo que me recordará donde creció nuestra confianza, algo que un día me enseñara la única y verdadera realidad.

Mi llanto despertó a tu silencio; nuestros cuerpos se rozaron. Tomaste mi mano protegiéndome del frío que desprendían mis dedos y entonces una de mis lágrimas se derramó sobre tu pómulo derecho. Me sujetaste con fuerza contra ti;  mi pecho chocó contra tu frente. Y mi barbilla no pudo evitar deslizarse por tu suave cabello. Te abracé fuerte, muy fuerte. Mis brazos se amarraron al cuello que tantas veces rocé con mis labios, el único capaz de hacerme perder mi inestable estabilidad. Entonces lo hiciste, apretaste mi cintura con tus yemas mientras mi aliento se perdía entre tus enormes párpados. Y con la misma delicadeza con la que acostumbrabas a tratarme sujetaste mi cadera acercándola a la tuya. Hubiese recorrido tu espalda con las palmas de mi mano, como sé que te gusta, pero me conformé con ofrecerte todo el aire que quedaba dentro de mi. Poco a poco, muy poco a poco, y acercándome a los lóbulos de tus minúsculas orejas soplé cerca de los oídos donde tantas veces se perdieron mis susurros. Tu irresistente mano derecha acarició la parte trasera de mi cuello y al mirarte vi reflejada en el cristalino iris de tus ojos la sonrisa más sincera y bonita que hasta ese instante no conseguí regalarte. No pudiste controlarlo más y así fue como por primera vez tus lágrimas se depositaron en la comisura de mis labios hasta llegar a la pequeña estrechez escondida entre mis pechos. Y mirándote fijamente besé tus carnosos labios y recé al Dios en el que me habías enseñado a creer para que ese instante no terminase jamás.

Mis ojos comenzaron a nublarse, la debilidad de mis brazos buscaba desesperadamente la fuerza en los tuyos, mis rodillas perdían progresivamente el equilibrio hasta que mi debilucho cuello dejó definitivamente de sujetar mi cabeza; tus manos empezaron a sudar a la vez que tus gritos iban desapareciendo en el vacío. Te contemplé por última vez, y sin hablar, entre anhelos y con los ojos empapados me despedí. No aguantó más, mi esmirriado cuerpo se desvaneció junto al tuyo al mismo tiempo que mis débiles latidos yacían en el lugar más profundo del delicado corazón que un día aprendí a compartir contigo.

Entonces sucedió, me adentré en el único sueño que desde niña sigue desvelándome. Echando la vista atrás, y dejándote al otro lado del caudaloso río, volví a recorrer el mismo sendero al que nunca encontré fin. Y volvió a ocurrir, tus huellas marcaron mi camino y nuestros cuerpos volvían a encontrarse; fue como aquella primera vez, cuando aprendí a sentirte. Fue la primera vez que el intenso dolor me permitió disfrutar, durante milésimas de segundo, del espectacular paraíso que poco después se esfumó hasta dejar de contemplarte.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Believe it or not

Hoy era el día, el fin del mes. Elegí volver a tus garras.
Cuesta asumirlo, no me curé. Tenías razón, enloquecí.

Mis manos pintaron de sangre todas las paredes. El minúsculo destello de luz exhibía las tormentosas cicatrices. Sola entre la multitud, prisionera entre dos tétricas escaleras. Una botella medio llena de agua, un trozo de papel y la muerte en el interior. Mechas rojas, medias rasgadas, párpados como el tizón y tú. Los colores del techo, sus figuras, las historias. El aire acondicionado abofeteaba a los cuerpos. Tus manos rozaban mi espalda. Dilataciones, quemaduras abiertas en la piel y el mismo alcohol contaminado en sus venas. Cuerpos desnudos, cerebros al descubierto. El incesante ruido que desapareció con la última neurona. Esqueletos andantes, flashes que dificultan los escasos recuerdos. Dientes, una dentadura perfecta y dos mechones de cabello que se movían como un péndulo en tu cara. Voces, sombras y la verdad escondida en la única mentira.

No recuerdo porqué pero me agaché, me tambalearon, perdí el control. Cuadros, rejillas e inteligentes tatuajes. Cuerpos con la vida suficiente y pupilas en la disolución de los polvos vaciados. Gritos de dolor, risas desesperadas y el vaivén de las apretadas cabezas que escupían ironía. Los decibelios hacian su trabajo, las guitarras chocaban con los bajos y los amplificadores lloraban descontrolados.

Agitabas el líquido con dos giros de muñeca. Cruces de miradas y preguntas absurdas. La mandibula apretada, las uñas apunto de clavarse en la piel y la rigidez extrema. Ningún movimiento, el peso de mi cuerpo en la planta de los pies y el placer inagotable en cada susurro.

Dos sorbos. Tu imagen. Mi último suspiro.
 
DEPECHE MODE, Personal Jesus: http://www.youtube.com/watch?v=cNd4eocq2K0

sábado, 25 de septiembre de 2010

Blanco

Me observaba a mí misma, con la cara empapada en lágrimas, frente al espejo, con el reflejo de las muchas historias que habían ocurrido allí, al otro lado del cristal; observaba todas mis cicatrices a través de él: como señales en mi cuerpo, como recuerdos en algún lugar del baño, tan blanco. La mirada más perdida que nunca; los brazos débiles, blanquecinos, esmirriados; los labios cortantes, secos y con pequeños hilos de saliva que asomaban de mis encías. Y el mismo movimiento tembloroso de unas piernas que luchaban por mantenerse en pie. Lo había vuelto a hacer, una vez más sin éxito. 
Mamá me había visto así, dos meses antes, pero no frente al espejo sino dentro de la bañera. Me prometió que esa sería la última vez que permitiría que pasara. Me gritó y zarandeo agarrándome fuertemente por la cintura. Me cogió la cara con mucha delicadeza pero deseando poder estamparme contra aquel váter, o aquel espejo, como tantas veces hizo mi padre con ella. Sus ojos no dejaban de estudiar cada uno de los rincones de mi cuerpo y cada uno de los rincones de aquel baño, con las paredes blancas. Blancas como la nieve, o blancas como mi color de piel habitual. Eso pensaba hasta que mamá señaló unas manchas de color rojizo. Ya no quise mentir: sin retirarle la mirada subí mi brazo derecho a la altura de sus ojos y dándole la vuelta a mi flacucha muñeca le respondí. No hizo falta hablar, ella comprendió. 
Se tiró al suelo, se arrodilló ante mí, me insultó, se insultó… mis oídos no llegaron a escuchar sus palabras exactas, ni siquiera sé si eran insultos o sólo se culpaba, como cada día, por la muerte de mi hermano.
Y ahora estoy aquí, sin espejos, sin mi baño con las paredes blanquecinas, sin los restos de sangre en ellas, sin los zarandeos de mi madre y sin su presencia, sin todos aquellos recuerdos que convirtieron mi vida en lo que ahora soy: cenizas flotando en el mar. 
Sólo hay algo que permanecerá a mi lado para siempre: aquel color blanco de la pared del baño, aquel donde se fue plasmando poco a poco mi vida, aquel que se quedó con ella para siempre.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿En qué piensas?

No malgastes tu tiempo en memeces. Solo es una cara bonita y un par de piropos bien seleccionados.
Y aún así está ahí, dando tumbos de un lado para otro dentro de ti. Hasta en el más mínimo detalle dibujas su sonrisa.
Y te impide pensar; y te impide escribir aunque solo sean cuatro palabras. Y paras cada dos segundos porque cada puta letra es uno de sus cálidos susurros y cada maldito espacio una de sus insinuantes miradas.
Tratas de no verle y te encuentras con sus fotos. Quieres evitarle y agachas la cabeza cuando sabes que se acerca. Y eres lo más estupido que existe porque aún así solo buscas estar cerca de él después de que tu mirada haya recorrido minuciosamente cada roñosa baldosa del bar.
Eres imbécil. Sabes que lo eres pero no te molestas en impedir que cambie. Recuerdas melancólicamente todos los fines de semana que pasaste junto a él. Y te arrepientes de no haber sido más simpática. Y te das contra la pared pensando en las veces que le rechazaste.
Sales a la calle rezando para encontrarle. Cruzas cualquier esquina pensando que un día, no hace mucho, la cruzaste con él de la mano. Y te vuelves tan extremadamente loca buscando su cara que hasta el camarero del bar al que llevas yendo tres puñeteros días te parece una copia exacta de él.
Se que lo intentas.Te exiges paciencia y prometes acabar con esto de una vez. Abres los ojos, miras a tu alrededor y te das cuenta de las personas que hay demostrándote lo que él jamás te demostraría. Pero no lo consigues. Por eso ignoras las pequeñas muestras de sinceridad y te engañas creyendo que no son lo que tú quieres.
Y podría seguir hablando de la cantidad de minutos que malgastas al día pensando en ese maldito crio que solo consigue sacarte de quicio cada vez que te acuerdas de su jodida y penetrante mirada. Podría hacerlo pero no te mereces que lo haga. Y no te lo mereces porque ni él mismo sería capaz de reconocer ni que te odia, ni que te ama.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tarde de "martes" rara

Acabo de tener esa extraña sensación. Y si, las casualidades existen.
Suena la canción, los recuerdos se amontonan en mi cabeza y el texto de la foto que selecciono es el mismo que se escucha de fondo.
Hoy no es un buen día, mis lágrimas no son precisamente de alegría pero esas letras solo me traen buenos recuerdos.
Y así es como me siento, con unos ojos llorosos y con la más sincera y bonita de las sonrisas. Odiándote por la última tontería pero con la esperanza de que algún día sabremos actuar como adultos maduros.
Aqui seguiré, con una o dos canciones más, con sus letras, con nuestras insinuaciones y con los intensos significados que inventabamos al escucharlas.

martes, 3 de agosto de 2010

Te lo prometo

Y prometí no volver a tu lado. Después de ver con mis propios ojos aquello... Prometí no volver jamás a esa casa. Prometí no querer tener que ver nada contigo. Prometí no quererte, odiarte. Prometí irme para siempre.

¿Sabes algo? He aprendido a sonreir. Tú nunca te fijaste en eso. Solo te preocupaba que estuviera, o no, a tu lado. Empezamos juntas pero se te fue de las manos. Me prometiste que lo harías una sola vez. Una y no más. No cumpliste tu palabra. Si mamá te viera... Tú sabías cuántas ganas tenía ella de alejarnos de este mundo. Contra eso luchó toda su vida. Se dejaba sus manos, sus rodillas, su cuerpo entero limpiando portal trás portal, calle tras calle, retrete tras retrete. Todo para conseguir una mísera cantidad de dinero que te alimentaba. Si te hubiese visto aceptar aquella fortuna... ¿Por qué lo hiciste? Si algo nos pidió antes de morir fue que nunca nos acercasemos a aquel hombre. Yo no era más que una cria, huérfana, de catorce años que lo único que tenía era miedo. Destrozaste mi vida. El día que rompiste nuestra promesa deje de ser tu hermana. Era la promesa de las tres. Todavía me pregunto como aguante seis años junto a ti. No podía mirarte a la cara ni dirigirte la palabra. Sabes que me hubiera ido de esa casa si no hubiera sido porque... ¡Qué tonta fui! Tantas veces pensé en desaparecer, irme lejos y abondonarte. Pero me daba pena, me dabas pena. No sabes como me duele decirlo. Tú me has hecho sufrir como nadie. Cada noche me tiraba por el suelo, arañaba las paredes, me golpeaba contra ellas y me tapaba con las sábanas para que no me oyeses gritar, así hasta quedarme medio inconsciente. Y tú mientras dónde estabas. Temía por tu vida cuando tú ni te inmutabas por ello.
Perdí mi inocencia tan rápido. Ahora puedo llegar a sentir que estoy viviendo momentos felices. No hubiera imaginado que podría decir algo así. Antes no creía en la felicidad, ni siquiera quería oir hablar de esa palabra. Ahora comienzo a plantearme su existencia. ¿Te das cuenta de lo que significa? Cómo vas a darte cuenta. No te quedan neuronas para acordarte de aquello. Y lo que es peor, ya no queda nada de ti. De aquella cara preciosa que yo siempre quise tener. ¿Por qué has llegado a esto? Y aún yo pierdo el tiempo escribiendo algo que por mucho empeño que ponga ni siquiera se si podrás entender. Fuiste tan egoísta. Nunca conociste mi maldito problema. Coqueteaba con la muerte y tú no estuviste para evitarlo.
Estuve tan sola cuando mamá se fue. Por tu culpa quise tenerlo todo y acabé sin nada. Llegué a envidiarte. Siempre lo hice.Todos los hombres querían estar contigo. Todas las niñas envidiaban tu cuerpo. Y a ti te gustaba sentir que eras la más guapa de aquel lugar. Y yo solo miraba cada noche al cielo y al contar doce estrellas pedía ser como tú. Ahora me alegro de que no se cumpliesen aquellos deseos. Como me arrepiento de no haber hablado con aquel hombre cuando tuve que hacerlo. Me llamaste niñata inmadura cada vez que no te obedecía, o cada vez de las tantas que ignoré tus palabras. Te atrevías a afirmar que lo era cuando tú ni siquiera me llegabas a la suela de los zapatos. No sé como lo hice, cual fue la razón que me ayudó a mirar hacia adelante. Algo tuvo que hacerme ver que tenía que salir de allí. Esa gran mansión y su enorme piscina. Las terrazas más amplias y las mejores vistas al mar. Habitaciones enormes, baños para todos y el "mejor servicio". ¡Qué lujo! Solo querias que llevase a mis amigas a ver tu casa de ensueño. Yo jamás lo hice. ¿Sabes por qué? Porque no tenía amigas. Mis amigas te querían a ti. A ti y a la mierda de cocaína que pasaba uno de tus tantos novios. Me utilizaban para ponerse hasta arriba. Lo que más me duele es que esa mierda se la dabas tú. Te mostrabas amable y cariñosa con ellas, como nunca fuiste conmigo. Ellas sabían como agradecertelo. Se follaban a tu novio, se follaban a tus novios. En tu propia casa. Tú lo sabías, ¿verdad? Tú sabias todo pero te daba igual. No te querías y por eso no querías que yo me quisiese. Me tratabas con odio por no querer entrar en tu mundo. Qué equivocada estaba cuando pensé que podría ayudarte a salir de aquello. Esa fue la única razón que me mantuvo a tu lado. Pensé que podría sacarte de él. Me pasaba horas y horas en mi habitación pensando la manera de conseguir buscar una solución. Te convencí y fuiste a aquel centro después de que te ingresasen. El primer día que sonreí fue ese. Lástima que solo durase unas horas aquel destello de felicidad. Y todavía, después de irme, seguí llorando cada noche cuando pienso las barbaridades que estarás haciendo. Nunca quise ver nada, nunca hasta el día que decidí marcharme de allí. Y aún así las paredes me contaban todos los secretos. No veía como te pinchabas pero las jeringuillas comían en la misma mesa que yo. No veía las pintas de los tios a los que te tirabas, hablaban por si solos sus gemidos. No te veía pasar la droga pero no dejaba de escuchar el timbre. Y así con tantas y tantas cosas que he tenido que tragarme durante años. Pero te quiero, te quiero y no puedo odiarte. Y lo intento. Me gustaría agarrar tu larga melena y ponerte un cuchillo en el cuello para que vieras lo que (no) soy capaz de hacer. Porque aún sigo queriendo demostrarte que valgo. Aún cuando se de sobra la clase de persona en la que te has convertido. Aún cuando he vuelto a estudiar y me rodeo de personas responsables y sensatas. Y sin ese sucio dinero de mierda. Trabajando duro como hacía mamá, así he conseguido llegar hasta aqui. Y hasta hoy, después de no olvidarme ni un solo día de la noche que abandoné aquella: tu "casa de ensueño". Tuve la esperanza de que algún día ibas a venir conmigo para siempre.
Y no me equivoqué, aquí estás. A mi lado en el sofá. Con la mirada perdida y un cuerpo que no es el tuyo. ¿Cómo me encontraste? No era fácil, hice por separarme de aquella zona. Y lo haces ahora, ¿por qué ahora cuando ya no hay solución? Lo haces cuando no voy a poder cambiar nada, cuando ya no puedo dar marcha atrás... Pero te quiero, joder. Y me dan igual todas las cosas que hayan pasado, todo lo que acabo de decirte, todo lo que un día me hizo ser infeliz. Me da igual porque tú eres la única persona que me queda en este mundo, cariño.

Prometo que voy a cuidarte, voy a pasar contigo los últimos meses y vas a sentir que eres feliz. Te prometo que no voy a separarme de ti y vas a tener todo lo mejor. Te prometo que vas a conseguir todo lo que no conseguiste en treinta años. Te prometo que estaré a tu lado hasta que el sida pueda contigo. Y te prometo que vamos a intentar ser más fuertes que él. Te lo prometo, hermana.

lunes, 2 de agosto de 2010

Botellones y botellas

Hablemos de él, hablemos de ti y de los diálogos de la botella de Clara.

Él apareció a pocos metros. Uno de tantos botellones. Tantas, pero solo una botella. Esa que estaba en las manos de Clara y terminó echa pedazos junto al tronco más cercano al río.
Tú ya estabas allí. Bailabas moviendo tus caderas al compás de la música. Uno de los clasicazos que guardan tus amigos en sus móviles táctiles (Por suerte sigo orgullosa de mi pequeña pantalla y mis ganas de esforzarme por apretar las teclas). El clásico sonaba cuando decidiste dejar de mirar tu cintura y centrarte en la mano que te arrebató la botella que Clara, minutos antes, te había ofrecido. La mano y una sonrisa con explicación. Alcohol, humo y una cara bonita. El alcohol provocó que su timidez acabase en dos besos. El humo contribuyó a que horas después no te acordases de su nombre. Su bonita cara encantó a unos ojos que a pesar de hacerse pequeñitos cada vez veían más. No hizo falta mantener una conversación, en el ritmo de la música estaba la mejor de todas ellas.
La botella pasó por muchas manos: tu derecha, su izquierda, las del resto de amigos. Tus ojos se esforzaban por no rozar sus labios tan rápido, y sus labios lo hacían por probar cuanto antes tu juguetona lengua.
Hubo mordiscos, sonrisas, risas. Mordiscos que provocaban la misma cercanía que poco después iba a ser la responsable de seguir con el juego. Sonrisas que ofrecian confianza y risas que hacian dudar. No vi partida más larga que aquella. Era cuestión de minutos devolver una botella y el equilibrio se perdió una hora después. La música había desaparecido, los amigos habían desalojado el lugar, las otras botellas no contenían ya líquido y el humo ya no era un "obstáculo". ¿Y en todo ese tiempo qué? Una mano, dos manos, tres... y cuatro. Un beso, dos mordiscos, tres manotazos. Un beso apasionado, dos corteses y tres al aire. Dos mordiscos juguetones, uno gracioso aunque algo doloroso y tres suaves, muy suaves. Tres manotazos, dos que podían confundirse con irónicas caricias y uno que servía para hacerse de rogar. Y entre el beso, los mordiscos y los manotazos alguna que otra palabra suelta, una petición de su nombre y una botella mareada. Tú le advertiste de las consecuencias de aquellos mareos. Él confiaba en su habilidad. Pero cuando tientas demasiado a la suerte ésta deja de estar de tu lado. Su competitividad pedía jugar otra partida y tú inseguridad decidió acabar en tablas. Así, sus primeras sonrisas por tus inquietos mordiscos ya no eran más que descontroladas carcajadas que embobaban a su cara bonita; el nivel de alcohol en tu cuerpo consiguió que olvidases la timidez de horas antes; la pasión de vuestros besos perdió alocadamente el control, y todo ello junto con el humo y sus consecuencias provocaron que uno de tus leves manotazos le hicieran perder el equilibrio.
 
Y así fue como acabó la botella: hecha pedazos junto al río pero aún sin recoger (...)