Me observaba a mí misma, con la cara empapada en lágrimas, frente al espejo, con el reflejo de las muchas historias que habían ocurrido allí, al otro lado del cristal; observaba todas mis cicatrices a través de él: como señales en mi cuerpo, como recuerdos en algún lugar del baño, tan blanco. La mirada más perdida que nunca; los brazos débiles, blanquecinos, esmirriados; los labios cortantes, secos y con pequeños hilos de saliva que asomaban de mis encías. Y el mismo movimiento tembloroso de unas piernas que luchaban por mantenerse en pie. Lo había vuelto a hacer, una vez más sin éxito.
Mamá me había visto así, dos meses antes, pero no frente al espejo sino dentro de la bañera. Me prometió que esa sería la última vez que permitiría que pasara. Me gritó y zarandeo agarrándome fuertemente por la cintura. Me cogió la cara con mucha delicadeza pero deseando poder estamparme contra aquel váter, o aquel espejo, como tantas veces hizo mi padre con ella. Sus ojos no dejaban de estudiar cada uno de los rincones de mi cuerpo y cada uno de los rincones de aquel baño, con las paredes blancas. Blancas como la nieve, o blancas como mi color de piel habitual. Eso pensaba hasta que mamá señaló unas manchas de color rojizo. Ya no quise mentir: sin retirarle la mirada subí mi brazo derecho a la altura de sus ojos y dándole la vuelta a mi flacucha muñeca le respondí. No hizo falta hablar, ella comprendió.
Se tiró al suelo, se arrodilló ante mí, me insultó, se insultó… mis oídos no llegaron a escuchar sus palabras exactas, ni siquiera sé si eran insultos o sólo se culpaba, como cada día, por la muerte de mi hermano.
Y ahora estoy aquí, sin espejos, sin mi baño con las paredes blanquecinas, sin los restos de sangre en ellas, sin los zarandeos de mi madre y sin su presencia, sin todos aquellos recuerdos que convirtieron mi vida en lo que ahora soy: cenizas flotando en el mar.
Y ahora estoy aquí, sin espejos, sin mi baño con las paredes blanquecinas, sin los restos de sangre en ellas, sin los zarandeos de mi madre y sin su presencia, sin todos aquellos recuerdos que convirtieron mi vida en lo que ahora soy: cenizas flotando en el mar.
Sólo hay algo que permanecerá a mi lado para siempre: aquel color blanco de la pared del baño, aquel donde se fue plasmando poco a poco mi vida, aquel que se quedó con ella para siempre.