No malgastes tu tiempo en memeces. Solo es una cara bonita y un par de piropos bien seleccionados.
Y aún así está ahí, dando tumbos de un lado para otro dentro de ti. Hasta en el más mínimo detalle dibujas su sonrisa.
Y te impide pensar; y te impide escribir aunque solo sean cuatro palabras. Y paras cada dos segundos porque cada puta letra es uno de sus cálidos susurros y cada maldito espacio una de sus insinuantes miradas.
Tratas de no verle y te encuentras con sus fotos. Quieres evitarle y agachas la cabeza cuando sabes que se acerca. Y eres lo más estupido que existe porque aún así solo buscas estar cerca de él después de que tu mirada haya recorrido minuciosamente cada roñosa baldosa del bar.
Eres imbécil. Sabes que lo eres pero no te molestas en impedir que cambie. Recuerdas melancólicamente todos los fines de semana que pasaste junto a él. Y te arrepientes de no haber sido más simpática. Y te das contra la pared pensando en las veces que le rechazaste.
Sales a la calle rezando para encontrarle. Cruzas cualquier esquina pensando que un día, no hace mucho, la cruzaste con él de la mano. Y te vuelves tan extremadamente loca buscando su cara que hasta el camarero del bar al que llevas yendo tres puñeteros días te parece una copia exacta de él.
Se que lo intentas.Te exiges paciencia y prometes acabar con esto de una vez. Abres los ojos, miras a tu alrededor y te das cuenta de las personas que hay demostrándote lo que él jamás te demostraría. Pero no lo consigues. Por eso ignoras las pequeñas muestras de sinceridad y te engañas creyendo que no son lo que tú quieres.
Y podría seguir hablando de la cantidad de minutos que malgastas al día pensando en ese maldito crio que solo consigue sacarte de quicio cada vez que te acuerdas de su jodida y penetrante mirada. Podría hacerlo pero no te mereces que lo haga. Y no te lo mereces porque ni él mismo sería capaz de reconocer ni que te odia, ni que te ama.
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