miércoles, 30 de junio de 2010

Haz que así siga siendo

Hoy, cuando te vi sentada en tu cama con los ojos llorosos y la mirada perdida, no pude evitar pensar en la niña que me regaló tantos y tan buenos recuerdos.

¿Te acuerdas de ellos? Eras una auténtica peliculera cuando jugabas a las muñecas inventando historias fantásticas que hablaban de magia y amor. ¿Y la televisión? Pasabas las horas muertas delante de ese trasto que ahora apenas miras. Tenías una gran facilidad para encerrarte y embobarte con las series americanas. En ellas tú eras la más popular de todas y tu belleza encantaba al quarterback del equipo. Y aquellos escenarios, no hacían falta más que un tablero y dos palos, incluso el propio sofá. Te convertías en una diva encima de uno de los apoyabrazos o en los asientos o en todo a la vez, ¡qué importaba! Tú solo querías mover tu melena rizada y volverte loca. Por no hablar de cuando imitabas a Mónica Naranjo. Era gracioso contemplar esa estampa con los auriculares del ordenador en la cabeza y la mano sujetando al flexo que se convertía por minutos en tu micrófono. Creías incluso que te grababan y para eso te mirabas en todos los espejos mientras peinabas tu pelo y maquillabas tus párpados con las sombras de ojos que te regalaron el último cumpleaños. No se me olvidará el día que llegué a tu casa y te vi jugando con los animalitos que colocó tu padre encima del musgo del nacimiento, como cada navidad. Todos tenían nombre, siempre usabas los que te parecían más atractivos, los que soñabas con poner algún día a tus hijos. Todavía sigo preguntándome como, a pesar de ser la hiperactividad personificada, eras capaz de sentarte encima de la cama y devorar toda la colección de los libros de "El secreto de los gemelos". Una y otra vez, sin parar. Hubo una mañana que te dio por los comics: "mamá cómprame comics". Si no recuerdo mal aún ni los leíste. La ropa, te encantaba comprar ropa y zapatillas. Querías ir diferente y por eso probaste a salir a la calle con una camiseta azul, una falda marrón y unas deportivas blancas y relucientes que deseabas estrenar. La raya al medio y dos horquillas que sujetaban los mechones de la melena que cada verano te cortabas. Te veías preciosa. Ese día un señor muy simpático te hizo dos fotos. En una salías sonriente, vivaracha, alegre... tal y como tú eras. En la otra seria, con cara de enfadada y cierto aire amenazante. Tú siempre preferiste la seria (estabas aprendiendo a posar como Angelina Jolie). Eras una coqueta atrevida y peleona que siempre luchaba por conseguir lo que quería.

Por eso estoy regalándote estas palabras. Podría contar anécdotas tuyas hasta cansarme, porque otra cosa no, pero a trasto y a "pinchaúvas" ni te ganaba ni te gana nadie. Pero sé que no necesitas que lo haga porque he conseguido mi propósito:
La rabia y la tristeza de tus bonitos ojos se fue convirtiendo en nostalgia y alegría; y tus inquietas mejillas te obligaron a sonreir.

Los recuerdos son tristes si los queremos recordar de esa forma. Me demostraste que dentro de esa maldita cabeza loca escondías la parte responsable e inteligente. Úsala y convierte todas y cada una de las anécdotas que has vivido en las más alegres.
Tú misma lo dijiste más de una vez: "Los buenos momentos nos regalan destellos de felicidad; los malos nos enseñan como aprender a crearlos".
Haz que así siga siendo.

1 comentario:

  1. "(...)tus inquietas mejillas te obligaron a sonreir."

    Leerte con Beirut de fondo no tiene precio.

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