Intentaré transmitiros todo el sentimiento que para mí tiene haber vivido una situación como la que narraré a continuación:
Que mejor forma con la que comenzar a desarrollar el tema que presentándoos a la persona que me dio la idea principal para crear este texto. Se llama José y le conocí hace unas semanas en una feria agroalimentaria. Ambos estábamos trabajando, él representando a la asociación de la que forma parte y yo a la Diputación de Salamanca. No sé si fue casualidad, puede que mi enorme facilidad para relacionarme con los demás, quizás su primer acercamiento al stand en el que yo estaba situada, pero José y yo comenzamos a comunicarnos.
Detrás del mostrador y con una gran cantidad de información acerca de Salamanca y provincia dedicaría todo un día a compartir esos conocimientos con las personas que se interesaran.
Pocos minutos después del discurso de apertura con su correspondiente fotografía y entrevista de los periódicos y televisiones comarcales, un joven matrimonio con un gran interés por la arquitectura de Macotera (villa de Salamanca en la cual se celebraba el evento) estrenó el stand. Se les veía sorprendidos al comprobar la cantidad de formas que presentaban las fachadas de la pequeña villa en aquellas láminas. Ante su curiosidad y devolviéndoles su continuo agradecimiento decidí mostrarles todo tipo de diseños de los diferentes arquitectos y fotos que no dejaban de maravillarles.
No mucho rato después de que se fueran, mientras ponía en orden el stand, escuché a un grupo de gente hablando un idioma diferente al español. Se acercaron y comprendí que además de sus palabras, los rasgos fisicos que presentaban no eran precisamente españoles. Me comuniqué con ellos hablando en su idioma, mirándoles fijamente y diciendo cada una de mis palabras de forma lenta y exagerada. Yo aún no soy bilingüe y ellos eran belgas. Aún así, a través de gestos que acompañaban a las palabras pudimos entendernos. Al fin y al cabo de eso se trataba y para eso estaba allí.
Poco a poco la feria iba adquiriendo fama y cada vez eran más los que llevados por su interés y curiosidad acudían a verla y pasear por ella.
Aprovechando que no estaba ocupado mi nuevo lugar de trabajo, me acerqué a conversar con una de mis compañeras del stand de al lado. Mientras ella reponía sus vasos de vino de “Las Arribes”, para que los visitantes pudiesen degustarlo, llegarón un par de hombrecillos* que me sonreían reclamando mi atención. Aquí está la persona de la que os hablé: mi amigo Jose y su amigo, también llamado Jose.
Mi amigo empujaba la silla de ruedas del otro Jose, y los dos pararon frente a mí. Ellos no eran como el primer simpático matrimonio, ni como los belgas que hablaban inglés, ellos eran, sin duda, los dos chicos más especiales que pasaron por allí a lo largo de toda la mañana. No dejaban de mostrarme su sonrisa en ningún momento y sus ojos eran los más brillantes de aquel pabellón. Como no sabía sus nombres me molesté en preguntárselo y aunque me costó entenderles porque ellos no hablaban con la misma facilidad que yo, conseguí descifrarlo. Les pregunté si eran visitantes de la feria o si, por el contrario, pertenecían a algún stand. Apuntando con el dedo a la pequeña carpa situada enfrente de mi respondieron a mi pregunta. Fui con ellos hasta ella aprovechando mi descanso. Me enseñaron los puzles que habían hecho, los tiestos en los que habían sembrado un día semillas, los objetos que fabricaban con barro y madera… Sin perder ese brillo de los ojos y con la sonrisa cada vez más grande señalaban todas y cada una de las manualidades que les enseñaban a hacer los voluntarios de su asociación. ¡Un trabajo excelente! No puedo negarlo.
Durante el resto del día no me faltó la visita de estos dos hombretones, me saludaban desde su stand, pasaban delante de mí escondiéndose para que no pudiera verlos, se reían conmigo desde la otra punta del pabellón cuando hacia alguna gracia con mis manos, bromeábamos a cerca del slogan que llevaba José en la camiseta y me regalaban cada vez un beso, a veces al aire, otras en la mejilla.
Poco antes de finalizar la feria me llevé una de las mayores sorpresas que podían haberme dado. Estaba allí, aburrida, deseando acabar para poder irme a descansar y de repente el feliz y contento Jose y su amigo, Jose, se presentaron delante de mi compañera y delante de mi con dos tiestos de preciosas flores.
Jamás había sentido tanta alegría como en aquel momento. Mis ojos se emocionaron tanto que las lágrimas empezaron a derramarse por mis sonrosadas mejillas.
Jose me dio un enorme y cariñoso abrazo que devolví con el más sincero de los besos. El otro José chocó los cinco conmigo.
Sus caras reflejaban todo lo que verbalmente les resultaba tan difícil decir.
“Una imagen, una sonrisa, un simple gesto, ahora sé que valen más que mil palabras”
*Hombrecillos: Jose y Jose padecen parálisis cerebral. La parálisis cerebral es una lesión del Sistema Nervioso Central de caracter permanente y no progresiva. Tiene su origen durante el embarazo, el parto o los primeros años de vida. Se caracteriza por la alteración de la postura, el tono o el movimiento.
La organización a la que pertenecen se llama "Aspace" y os invito a colaborar con ella.
Para terminar, una buena pelicula en relación con el tema: http://www.youtube.com/watch?v=nVzJVNmeim4
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