Era tarde, más de las doce de la noche. Paseaba, de camino a casa, por las calles de Salamanca. No iba sola, él nunca dejaba que lo fuera después de medianoche. Al mirar al frente vió una cara conocida, era Barbara. La amiga de Raquel que fue compañera de Ricardo y además conocía a Juan. Pararon a saludarla. Venía de tomarse unas copas. A punto de despedirse estaban cuando una extraña figura humana de tamaño bajo, grueso, encorbado y con la mirada fija en el suelo llamó su atención. Barbara y María se retiraron para permitirle el paso. En su mano izquierda llevaba una enorme bolsa de basura. En la derecha, una especia de palo color fosforito. Sin detenerse pasó entre ellos golpeándo en la mano, con el palo, a María. Ella se asustó. Al echarse hacia atrás escuchó como la insultaba. Los tres le miraron y comentaron su actuación. La rabia recorría las venas de Miguel, su novia había sido agredida. Barbara se limitó a bromear. María se quedó pensativa, observando atónita como aquel atrevido tipo seguía su camino. Le vió detenerse junto a un árbol pocos metros más adelante. Solo buscaba algo que llevarse a la boca. El corazón de la muchacha latía rápido, sentía miedo y pena. Miedo por la actuación sorprendente de aquel hombre. Pena porque se ponía en el lugar de él. Barbara se despidió de ellos. Cruzaron el paso de cebra y María entró en el portal. Miguel, con un gesto, le dijo adios desde la calle. No dejaba de pensar en aquel hombre. Se quedó unos minutos esperando para volver a verle pasar. Allí estaba, en la acera de enfrente, con su bolsa, sin el palo y con los ojos puestos en todos los baldosines.
Unos meses antes María había estado trabajando en un proyecto para la asignatura de arte. El tema a tratar fue la mendicidad. ¿Por qué se sorprendía entonces? ¿qué otra cosa hubiese esperado de él?
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