Era tarde, más de las doce de la noche. Paseaba, de camino a casa, por las calles de Salamanca. No iba sola, él nunca dejaba que lo fuera después de medianoche. Al mirar al frente vió una cara conocida, era Barbara. La amiga de Raquel que fue compañera de Ricardo y además conocía a Juan. Pararon a saludarla. Venía de tomarse unas copas. A punto de despedirse estaban cuando una extraña figura humana de tamaño bajo, grueso, encorbado y con la mirada fija en el suelo llamó su atención. Barbara y María se retiraron para permitirle el paso. En su mano izquierda llevaba una enorme bolsa de basura. En la derecha, una especia de palo color fosforito. Sin detenerse pasó entre ellos golpeándo en la mano, con el palo, a María. Ella se asustó. Al echarse hacia atrás escuchó como la insultaba. Los tres le miraron y comentaron su actuación. La rabia recorría las venas de Miguel, su novia había sido agredida. Barbara se limitó a bromear. María se quedó pensativa, observando atónita como aquel atrevido tipo seguía su camino. Le vió detenerse junto a un árbol pocos metros más adelante. Solo buscaba algo que llevarse a la boca. El corazón de la muchacha latía rápido, sentía miedo y pena. Miedo por la actuación sorprendente de aquel hombre. Pena porque se ponía en el lugar de él. Barbara se despidió de ellos. Cruzaron el paso de cebra y María entró en el portal. Miguel, con un gesto, le dijo adios desde la calle. No dejaba de pensar en aquel hombre. Se quedó unos minutos esperando para volver a verle pasar. Allí estaba, en la acera de enfrente, con su bolsa, sin el palo y con los ojos puestos en todos los baldosines.
Unos meses antes María había estado trabajando en un proyecto para la asignatura de arte. El tema a tratar fue la mendicidad. ¿Por qué se sorprendía entonces? ¿qué otra cosa hubiese esperado de él?
domingo, 25 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
Ley de vida
Y allí estoy, en la terraza, disfrutando de las mismas vistas que disfrutó hace pocos meses él. El cigarrillo en la mano y el humo desapareciendo entre las nubes. Observaba detenidamente cada uno de los puntitos destellantes e imaginaba su alegre sonrisa. Me pregunto si él estará allí. Miro hacia las baldosas y todo son recuerdos: las tardes en la portería, la tradicional visita a su casa la mañana del 6 de enero, los días que compartimos cachondeo y sonrisas sentados a comer en la misma mesa, las discusiones con su mujer por dichoso tabaco, los malos entendidos producidos por su sordera... Las baldosas esconden felices momentos que aún hoy llevo conmigo. No ha sido fácil, el shock por la noticia fue momentáneo. A pesar de que pasen años sin ver a alguien a quien quieres, por el motivo que sea, sabes que estará ahí. Hoy me costó asimilar que no, que a veces pasan los años y de repente "esos alguienes" ya no están a tu lado. Al menos no de la misma forma que antes. Unas horas antes, en mi última visita a su ya cuerpo sin vida, me paré a contemplar aquellos arboles secos del jardín que rodeaba su última casa. Los veía allí, desnudos, como su cuerpo sin alma, y tristes, como sus familiares y amigos. Entonces encontré uno enorme, con colorido y vestido de enormes hojas. Pensé en ella, su mujer, hoy sin nada con que taparse, pero mañana encontrando abrigo y queriendo florecer.
A medida que pasan los minutos para mi, en casa frente al ordenador, a dos metros de ese jardín con sus árboles pasan eternas horas. No sirve de nada preguntarse los porqués, ni pedirle explicaciones a nadie. Por mucho empeño que pongamos en negarlo todos estamos preparados para seguir adelante. Yo seguiré escribiendo, sus hijos seguirán trabajando, su nieta seguirá comiendo en su casa y todos los que le acompañan continuaran con su forma de vida habitual. Tú también sabrás hacerlo, eres fuerte y él no se ha ido, jamás lo haría, jamás te dejaría sola. No hagas caso a los sermones del cura, ni a los comentarios sin sentido de los que quieren cumplir, solo haz caso a tu corazón y le encontrarás. Continúa, levantaté y come algo, tú todavía estás aquí y tu gente te necesita.
Las vistas son hermosas, las estrellas brillan más que nunca y su imagen allí, con su maldito cigarro en la mano, siempre quedará en el recuerdo de todos.
A medida que pasan los minutos para mi, en casa frente al ordenador, a dos metros de ese jardín con sus árboles pasan eternas horas. No sirve de nada preguntarse los porqués, ni pedirle explicaciones a nadie. Por mucho empeño que pongamos en negarlo todos estamos preparados para seguir adelante. Yo seguiré escribiendo, sus hijos seguirán trabajando, su nieta seguirá comiendo en su casa y todos los que le acompañan continuaran con su forma de vida habitual. Tú también sabrás hacerlo, eres fuerte y él no se ha ido, jamás lo haría, jamás te dejaría sola. No hagas caso a los sermones del cura, ni a los comentarios sin sentido de los que quieren cumplir, solo haz caso a tu corazón y le encontrarás. Continúa, levantaté y come algo, tú todavía estás aquí y tu gente te necesita.
Las vistas son hermosas, las estrellas brillan más que nunca y su imagen allí, con su maldito cigarro en la mano, siempre quedará en el recuerdo de todos.
martes, 20 de abril de 2010
Mi mejor amigo
Hoy quiero presentaros al que puede llegar a ser vuestro mejor amigo: Un objeto con múltiples cualidades, con diferentes estilos de vida, que te ofrecerá una buena y fiel compañía y con una competencia más que numerosa. Y siempre con la posibilidad de elegir otro que lo reemplace.
Para daros más detalles sobre éste me centraré en sus aspectos más personales: en cuanto a tamaño puede ser grande, pequeño o mediano, incluso si existiese término medio entre las tres medidas podría también serlo, como me ocurre con la talla de pantalón. Este objeto a veces es marrón, como el tronco de los árboles, otras verde, como el césped del jardín de papá, amarillo, como cuando un niño pinta el Sol, o violeta, como lo que dio nombre a mi blog. Además tiene dos caras, en una lleva su nombre y en la otra cuenta como es. Su tacto no siempre es liso, como el culito de un bebé , también puede tener rugosidades, como el rostro del abuelo Lolo. Con el sol le salen pecas, como suele pasarle a mi cara y con la lluvia puede estropearse, como le ocurre a mi pelo. Aunque no suele ser muy común, cuando era niña me regalaron uno redondo pero a medida que crecí por todas partes lo veía de forma rectangular.
Este peculiar objeto, como las personas, también ha ido creando su propia personalidad, una personalidad a veces confusa, ambigua, incluso contradictoria. Puede ser el más alegre, como Heidy cuando vivía en las montañas o en cambio puede sentirse el más triste y desdichado, como cuando se mudo a la ciudad. A veces paso horas eternas a su lado, disfrutando con cada una de sus sabias, o misteriosas, o increíbles, incluso tristes palabras, en cambio otras a penas puedo aguantar cinco minutos a su lado, él se convierte en el ser más aburrido que podéis imaginar. No es un amigo como otros en cuanto a la comunicación, él no sabe hablar, como las personas mudas, pero sabe aconsejarme, como los buenos amigos. Si tuviera que seleccionar la mejor característica de él me quedaría con la magia que desprende: una magia con la que descubrir emocionantes historias ya vividas y otras tantas que están por llegar; historias llenas de fantasía, de princesas y dragones; historias contagiadas de misterio, de asesinos y asesinados; historias dolorosas, de enfermedades y muertos; historias de amor, enamorados y amantes; historias locas, apasionadas y apasionantes; historias de guerra, con bombas y bombardeados y tantas otras que no llegarías a imaginar.
Él es el mejor compañero y hasta tú, con un lápiz y papel, como los antiguos escritores, o con las nuevas tecnologías, como los que hoy intentan serlo, puedes llegar a crearlo. Yo ya me lo propuse. ¡Hazlo!
Para daros más detalles sobre éste me centraré en sus aspectos más personales: en cuanto a tamaño puede ser grande, pequeño o mediano, incluso si existiese término medio entre las tres medidas podría también serlo, como me ocurre con la talla de pantalón. Este objeto a veces es marrón, como el tronco de los árboles, otras verde, como el césped del jardín de papá, amarillo, como cuando un niño pinta el Sol, o violeta, como lo que dio nombre a mi blog. Además tiene dos caras, en una lleva su nombre y en la otra cuenta como es. Su tacto no siempre es liso, como el culito de un bebé , también puede tener rugosidades, como el rostro del abuelo Lolo. Con el sol le salen pecas, como suele pasarle a mi cara y con la lluvia puede estropearse, como le ocurre a mi pelo. Aunque no suele ser muy común, cuando era niña me regalaron uno redondo pero a medida que crecí por todas partes lo veía de forma rectangular.
Este peculiar objeto, como las personas, también ha ido creando su propia personalidad, una personalidad a veces confusa, ambigua, incluso contradictoria. Puede ser el más alegre, como Heidy cuando vivía en las montañas o en cambio puede sentirse el más triste y desdichado, como cuando se mudo a la ciudad. A veces paso horas eternas a su lado, disfrutando con cada una de sus sabias, o misteriosas, o increíbles, incluso tristes palabras, en cambio otras a penas puedo aguantar cinco minutos a su lado, él se convierte en el ser más aburrido que podéis imaginar. No es un amigo como otros en cuanto a la comunicación, él no sabe hablar, como las personas mudas, pero sabe aconsejarme, como los buenos amigos. Si tuviera que seleccionar la mejor característica de él me quedaría con la magia que desprende: una magia con la que descubrir emocionantes historias ya vividas y otras tantas que están por llegar; historias llenas de fantasía, de princesas y dragones; historias contagiadas de misterio, de asesinos y asesinados; historias dolorosas, de enfermedades y muertos; historias de amor, enamorados y amantes; historias locas, apasionadas y apasionantes; historias de guerra, con bombas y bombardeados y tantas otras que no llegarías a imaginar.
Él es el mejor compañero y hasta tú, con un lápiz y papel, como los antiguos escritores, o con las nuevas tecnologías, como los que hoy intentan serlo, puedes llegar a crearlo. Yo ya me lo propuse. ¡Hazlo!
La independencia irónica
¿Alguna vez habéis tenido la impresión de que llegaréis a la treintena y seguiréis viviendo en casa de vuestros padres?
A pesar de mis nervios y emoción la mañana se presentaba normal: sonaba el extridente “tinoníno tinoníno tinoníno ní” de siempre en el despertador de mi teléfono móvil; la vecina de enfrente sacaba, una vez más, brillo a sus ventanas; alguno de mis pies, esta vez el derecho, se mojaba pisando uno de los cientos de charquitos de pis que dejaba “Sou” (demasiado apropiado), nuestro perro; el baño tenía el mismo papel que siempre: ninguno, y los calzoncillos de mi hermano con sus respectivas zurraspas, estaban encima de mi bolsa de aseo. Lo dicho, hasta entonces la misma mañana normal y rutinaria que desde hace veintisiete años.
Cuando salí de la ducha y seguía teniendo mi toalla encima del bidé en vez de tirada en el suelo como acostumbraba a hacer la inoportuna de mi hermana pequeña, me extrañé. Aún más raro fue seguir escuchando de fondo un tema de los Arctic Monkeys en mi habitación, alguna mano “bruja” siempre tenía que evitarlo.
Pillé la primera camiseta que encontré en el armario y me puse el mismo pantalón oscuro que llevé la noche anterior, como decía mi abuela: lista para ir a un entierro. Bajé las escaleras a corre prisa para coger mi almuerzo, comunicarles la noticia y salir de allí antes de aguantar lo mismo de siempre: a papá discutiendo con el irresponsable de mi hermano por haber vuelto a encontrar en alguno de sus bolsos hierba mortífera, como él decía; a mamá quejándose del piercing en la lengua que se hizo hace ya millones de meses la “rebelde quinceañera” de mi hermana y para colmo, al maleducado y enfermo de próstata dando ladridos entre todo ese jaleo.
Al bajar el último escalón y no oír nada de aquello un escalofrío muy eléctrico y extremadamente eso, frío, recorrió mi cuerpo, algo anormal estaba ocurriendo. Entré en la cocina y el silencio chocó contra mi cuerpo: ni los ladridos, ni las demás onomatopeyas se oían por ningún lado. Justo hoy, cuando una vez más me había decidido a firmar. De repente y casi matándome del susto me sorprendieron dos golpes secos en la ventana y una de esas sonrisas con doble propósito de mamá.
¡Sorpresa! Una caravana de diecisiete metros cuadrados y cinco efusivas y emocionadas caras (dos realistas, dos fingidas, una sin expresión) iban a acompañarme durante un eterno mes. ¡Bien jovencita, lo has conseguido! Eso fue lo que me dije al ver reemplazados los noventa metros cuadrados de un acogedor, económico y céntrico piso que ya no sería para mí. Ahora más que nunca tengo la impresión de que pasaré la treintena y seguirán apareciendo obstáculos, ¿por qué lo son, verdad?
A pesar de mis nervios y emoción la mañana se presentaba normal: sonaba el extridente “tinoníno tinoníno tinoníno ní” de siempre en el despertador de mi teléfono móvil; la vecina de enfrente sacaba, una vez más, brillo a sus ventanas; alguno de mis pies, esta vez el derecho, se mojaba pisando uno de los cientos de charquitos de pis que dejaba “Sou” (demasiado apropiado), nuestro perro; el baño tenía el mismo papel que siempre: ninguno, y los calzoncillos de mi hermano con sus respectivas zurraspas, estaban encima de mi bolsa de aseo. Lo dicho, hasta entonces la misma mañana normal y rutinaria que desde hace veintisiete años.
Cuando salí de la ducha y seguía teniendo mi toalla encima del bidé en vez de tirada en el suelo como acostumbraba a hacer la inoportuna de mi hermana pequeña, me extrañé. Aún más raro fue seguir escuchando de fondo un tema de los Arctic Monkeys en mi habitación, alguna mano “bruja” siempre tenía que evitarlo.
Pillé la primera camiseta que encontré en el armario y me puse el mismo pantalón oscuro que llevé la noche anterior, como decía mi abuela: lista para ir a un entierro. Bajé las escaleras a corre prisa para coger mi almuerzo, comunicarles la noticia y salir de allí antes de aguantar lo mismo de siempre: a papá discutiendo con el irresponsable de mi hermano por haber vuelto a encontrar en alguno de sus bolsos hierba mortífera, como él decía; a mamá quejándose del piercing en la lengua que se hizo hace ya millones de meses la “rebelde quinceañera” de mi hermana y para colmo, al maleducado y enfermo de próstata dando ladridos entre todo ese jaleo.
Al bajar el último escalón y no oír nada de aquello un escalofrío muy eléctrico y extremadamente eso, frío, recorrió mi cuerpo, algo anormal estaba ocurriendo. Entré en la cocina y el silencio chocó contra mi cuerpo: ni los ladridos, ni las demás onomatopeyas se oían por ningún lado. Justo hoy, cuando una vez más me había decidido a firmar. De repente y casi matándome del susto me sorprendieron dos golpes secos en la ventana y una de esas sonrisas con doble propósito de mamá.
¡Sorpresa! Una caravana de diecisiete metros cuadrados y cinco efusivas y emocionadas caras (dos realistas, dos fingidas, una sin expresión) iban a acompañarme durante un eterno mes. ¡Bien jovencita, lo has conseguido! Eso fue lo que me dije al ver reemplazados los noventa metros cuadrados de un acogedor, económico y céntrico piso que ya no sería para mí. Ahora más que nunca tengo la impresión de que pasaré la treintena y seguirán apareciendo obstáculos, ¿por qué lo son, verdad?
lunes, 12 de abril de 2010
¿Por qué escribo?
¿Por qué escribo? Esta es una de las preguntas que todo escritor debería hacerse cada día.
Hoy estuve reflexionando sobre la labor de los escritores en la época de la censura española, su valor y envidiable esfuerzo es uno de los motivos que le da respuesta a la pregunta con la que comencé. Me pregunto cuantos de los que dicen llamarse artistas aprecian aquel duro trabajo.
Cada vez son menos las personas que se toman las molestias de seguir luchando y continuando el viaje que no hace mucho alguien nos dejo de herencia. Si no solemos malgastar nuestro tiempo pensando cuales fueron las razones que consiguieron sacarnos de aquel país atrasado y asfixiante, mucho menos conseguiremos apreciarlo. Cada mañana seguiremos despertándonos con nuestra emisora de radio habitual y a la hora de comer escucharemos el telediario de la cadena que más se aproxime a nuestra línea ideológica.
No dejo de preguntarme que ocurriría sin un día no pudiésemos elegir, si por casualidad mañana el mundo se rebelase y volviese cincuenta años atrás. No quiero imaginar la hecatombe que podría llegar a producirse. Si Azorín levantara la cabeza y viera esto... Aquellos intelectuales con menos de la mitad de las tecnologías que ahora tenemos se atrevían a imponerse, a expresarse, a decir lo que pensaban en un país que no veía más allá del poder, y ahora en vez de seguir sus pasos nos quejamos de la letra "comic sans". Tenemos todo lo que en 1939 no tenían, libertad de expresión, y no sabemos valorarlo.
Puede que la equivocada y anticuada sea yo, aún así me alegro de ser capaz de comprender lo que sentía Lorca al escribir cualquiera de sus obras y no dejo de envidiar a las generacion del 98 y 27. Por no hablar de aquellos que en la época de Franco salían a la calle con hojas y panfletos para informar de la verdadera realidad a un pueblo con los ojos vendados. Qué mas daba un libro entero, cinco líneas o dos palabras lo que les llevase a terminar encarcelados. Sólo hacian su trabajo de periodistas sin tener que ser militantes de la Fet-Jons ni someterse a la serie de normas que les imponían para ello.
Ahora parece que hemos avanzado, creemos que somos un país adelantado y como decía una conocida frase: "España va bien", pues dejenme recordarles que hoy el periodismo sin estar sometido a censuras como las de entonces sigue teniendo muchos candados. Si hiciésemos un estudio sobre todos los estudiantes que estudian esta carrera y los que al acabarla tienen trabajo nos quedaríamos atónitos con el resultado. Como empecé diciendo la información hoy en día es imprescindible, fueron muchos los que lucharon por llegar a lo que hoy tenemos, y lo único que estamos haciendo es poniendo barreras y frenando a tantos buenos artistas que esconden sus increíbles obras en un viejo cajón. Luchemos, consigamos imponernos a la mucha mierda que dicen ser licenciados y no son más que muertos de hambre sedientos de fama. Si algunas obras de nuestros antepasados pudieron cruzar la frontera cuando era imposible, nosotros también podremos llegar a cruzarla.
Me gusta escribir, como a tantos de vosotros, y disfruto haciéndolo, por eso cueste lo que cueste continuaré el camino que unos pocos comenzaron. Asi que seguiré, orgullosa, haciéndome la misma pregunta cada mañana: ¿Por qué escribo?
Hoy estuve reflexionando sobre la labor de los escritores en la época de la censura española, su valor y envidiable esfuerzo es uno de los motivos que le da respuesta a la pregunta con la que comencé. Me pregunto cuantos de los que dicen llamarse artistas aprecian aquel duro trabajo.
Cada vez son menos las personas que se toman las molestias de seguir luchando y continuando el viaje que no hace mucho alguien nos dejo de herencia. Si no solemos malgastar nuestro tiempo pensando cuales fueron las razones que consiguieron sacarnos de aquel país atrasado y asfixiante, mucho menos conseguiremos apreciarlo. Cada mañana seguiremos despertándonos con nuestra emisora de radio habitual y a la hora de comer escucharemos el telediario de la cadena que más se aproxime a nuestra línea ideológica.
No dejo de preguntarme que ocurriría sin un día no pudiésemos elegir, si por casualidad mañana el mundo se rebelase y volviese cincuenta años atrás. No quiero imaginar la hecatombe que podría llegar a producirse. Si Azorín levantara la cabeza y viera esto... Aquellos intelectuales con menos de la mitad de las tecnologías que ahora tenemos se atrevían a imponerse, a expresarse, a decir lo que pensaban en un país que no veía más allá del poder, y ahora en vez de seguir sus pasos nos quejamos de la letra "comic sans". Tenemos todo lo que en 1939 no tenían, libertad de expresión, y no sabemos valorarlo.
Puede que la equivocada y anticuada sea yo, aún así me alegro de ser capaz de comprender lo que sentía Lorca al escribir cualquiera de sus obras y no dejo de envidiar a las generacion del 98 y 27. Por no hablar de aquellos que en la época de Franco salían a la calle con hojas y panfletos para informar de la verdadera realidad a un pueblo con los ojos vendados. Qué mas daba un libro entero, cinco líneas o dos palabras lo que les llevase a terminar encarcelados. Sólo hacian su trabajo de periodistas sin tener que ser militantes de la Fet-Jons ni someterse a la serie de normas que les imponían para ello.
Ahora parece que hemos avanzado, creemos que somos un país adelantado y como decía una conocida frase: "España va bien", pues dejenme recordarles que hoy el periodismo sin estar sometido a censuras como las de entonces sigue teniendo muchos candados. Si hiciésemos un estudio sobre todos los estudiantes que estudian esta carrera y los que al acabarla tienen trabajo nos quedaríamos atónitos con el resultado. Como empecé diciendo la información hoy en día es imprescindible, fueron muchos los que lucharon por llegar a lo que hoy tenemos, y lo único que estamos haciendo es poniendo barreras y frenando a tantos buenos artistas que esconden sus increíbles obras en un viejo cajón. Luchemos, consigamos imponernos a la mucha mierda que dicen ser licenciados y no son más que muertos de hambre sedientos de fama. Si algunas obras de nuestros antepasados pudieron cruzar la frontera cuando era imposible, nosotros también podremos llegar a cruzarla.
Me gusta escribir, como a tantos de vosotros, y disfruto haciéndolo, por eso cueste lo que cueste continuaré el camino que unos pocos comenzaron. Asi que seguiré, orgullosa, haciéndome la misma pregunta cada mañana: ¿Por qué escribo?
sábado, 3 de abril de 2010
¿Cómo podría explicar su estado?
A medida que salían las palabras de la boca de aquel tipo la rabia iba conteniéndose en las venas de su garganta, sus pómulos enrojecían, y su pelo bien colocado perdía forma. Estaba sentada en una de esas cómodas sillas con el respaldo bien duro, pero no apoyada contra él sino cada vez más al borde. Sus oídos no dabán crédito a lo que estaban escuchando mientras sus dos párpados se hinchaban fruto de la desesperación, su cuerpo iba perdiendo el control a la vez que en su cabeza disminuía la estabilidad. No pudo más, la rabia llegó al límite y comenzó a dar chillidos, gritos de dolor. Aquello era una traición, una nueva artimaña contra la que volver a luchar, una vez más una excusa para seguir sufriendo. Corría de un lado a otro inconscientemente, sus palabras carecían de sentido para los que estaban escuchando pero para ella eran una forma de desahogo, sus piernas temblaban, sus brazos ardían y su mirada se perdía entre aquellas caras amenzantes. Unos brazos, ajenos a todo, le agarraron fuertemente por su escuálida cintura buscando el lugar más aislado y tranquilo. Entonces la puerta de entrada se cerró, todos salieron. Ella permaneció en aquella habitación durante horas, al salir todo había acabado, era fuerte y seguiría resistiendo, jamás podrían vencerla.
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