Fue tu seudónimo el que captó mi atención. Después, aquella primera mirada, fija, segura, penetrante. Con eso bastó para que desde ese preciso momento hayas sido tú lo único que durante el día ocupa mis pensamientos y por las noches se acuesta a mi lado. Insisto en negarme que no te conozco porqué me da la sensación que así es. Reconozco esa luz en tu mirada al igual que me atrevería a afirmar que bajo ese sobrenombre se esconde tu verdadera identidad. Esa es la razón por la que desde que me fije en ti solo sueño con adentrarme en tus pensamientos y ratificar la verdad de mi intuición. No imaginarías la cantidad de extraños y diferentes sentimientos que han sido capaces de crearse dentro de mí con tan solo dos palabras y esa extraordinaria a la vez que engañosa luz en tus ojos. Una luz equívoca, con gran capacidad de atracción que resto importancia a la increíble belleza que irradiaba tu físico, aquella que apenas tardó en extenderse entre el incesante y diario murmullo.
Nunca habría podido imaginar que un simple juego de presentación donde el profesor nos propuso conocernos bajo un seudónimo despertará en mí tal embrollo de sentimientos.
Allí estabas, sentada junto a la puerta principal, cuando con ayuda de tu fina y blanquecina mano derecha propulsaste parte de tu claro cabello despeinado por el viento hacia atrás, y depositando, por casualidad, tu mirada en mi, dijiste: “Dulce Violeta”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario